Hace poco leí una noticia que me hizo pensar. Decía que, a nivel global, estamos lejos de cumplir los Objetivos de Desarrollo Sostenible para 2030.
Lo primero que pensé fue: —¿Y si no llegamos? ¿Y si todo esto de los ODS se queda en palabras bonitas?
Pero lo segundo que pensé fue aún más inquietante: —¿Y si la gente no se siente parte de este camino?
Porque cuando hablamos de los ODS parece que hablamos de grandes cifras, grandes gobiernos, grandes planes. Pero lo que no debemos olvidar es que también hablamos de lo pequeño:
- De un pequeño municipio de Salamanca donde se enseña a los vecinos a reciclar con una Ruleta de Reciclaje.
- De una persona mayor que vuelve a sonreír en un paseo literario al relacionarse con iguales y al aprender a lo largo de toda la vida.
- De unos niños y niñas que aprenden que las personas todas somos iguales en programas de conciliación familiar y laboral.
Eso también es trabajar por los ODS. Desde abajo. Con las manos. Con las ideas. Con la pasión de quienes creen que educar, cuidar y crear comunidad también transforma el mundo.
No sé si llegaremos a cumplirlos en 2030. Pero sí sé que rendirse no es una opción. Que educar para la sostenibilidad, la igualdad o la salud no puede depender de modas pasajeras. Que cada proyecto con propósito, cada persona comprometida, cada niño o mayor que participa… suma.
Así que no sé tú, pero yo me comprometo a que los ODS no se queden en un cartel bonito en la pared. Prefiero que se queden en la vida. En lo cotidiano. En lo que hacemos aunque nadie lo grabe.
¿Y si no llegamos? Al menos llegará todo lo que hemos aprendido por el camino.
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